- Podemos era populismo bolivariano de extrema izquierda, los de las cartillas de racionamiento, gente cuya entrada en el gobierno nos quitaría el sueño. Ahora el programa electoral del PSOE es una copia del morado.
- Junts era la genuina expresión de la ultraderecha, el Le Pen español. Ahora es un partido democrático más.
- La amnistía era imposible, antidemocrática, contraria a la Constitución e incompatible con los valores más básicos del PSOE. Ahora es pura convivencia.
- El reparto partidista de jueces era un cómodo vicio del bipartidismo al que había que renunciar. Ahora no puede ser que los jueces no estén comprometidos con el gobierno del cambio.
- RTVE no era lo suficientemente neutral, había mucho margen para tener una televisión pública más plural. Ahora es algo maravilloso tener una televisión pública enfrentada contra medio país.
- La corrupción era un problema social de primera magnitud a combatir. Ahora lo imperativo es legislar que la corrupción ya no sea para tanto, lo razonable es crear una nueva casta judicialmente intocable.
- Oponerse a las subidas de impuestos era ser un antipatriota con ánimo de degradar los servicios públicos. En la campaña de Madrid de 2021, la gran promesa del PSOE fue no subir ni un solo impuesto.
En todo, salvo en contadas excepciones, el PSOE ha defendido una cosa y la contraria.
En el debate de las elecciones de 2023, Feijóo le ofreció al líder del PSOE prescindir de sus socios (VOX, Podemos y los nacionalistas) para apoyarse mutuamente. Sánchez no rechazó tal proposición en base a ninguna recóndita discrepancia que haya sido capaz, por ahora, de mantener inalterada.
Si no tienen ideas fijas, ¿por qué ha sido durante años tan visceral el rechazo del PSOE hacia el PP? Estamos hablando de que Sánchez ha dejado claro, sin atisbo de duda, cuál es su determinación ante la disyuntiva PP vs. terroristas, corruptos, secuestradores, asesinos, antidemócratas y golpistas.
Lo que ocurre, sencillamente, es que el rechazo hacia la derecha se basa en cuestiones meramente culturales.
Entre estos rasgos culturales podemos citar llevar una pulserita de España, usar “fachaleco”, una forma de hablar alejada del lenguaje inclusivo, un vocabulario carente de palabras fetiche (tales como “resiliencia”, “heteropatriarcado”, “madres protectoras” o “sororidad”), ausencia de apelativos tales como “fascista”, la promoción de ciertas ideas o valores como el esfuerzo, la disciplina o el emprendimiento, etc.
A estos rasgos constatables, dentro de la espiral de odio que se ha generado contra la derecha, se le acoplan rasgos inventados, es decir, que un fanático de izquierdas presupondrá que, si ve en alguien estas características, adicionalmente, también despreciará a las mujeres, odiará a los pobres y considerará enfermos a los gays.
Sustituir las ideas por un odio paranoico y cainita es extremadamente peligroso. En este contexto, es inevitable que la ausencia de ideas degenere en que cualquier política autoritaria sea aceptable. Y a eso vamos ahora mismo en este país, camino a un régimen donde Sánchez tiene en mente una prensa menos libre, un poder judicial sometido y un presupuesto público destinado a satisfacer sus intereses personales.